13 julio 2008

¿Soy leyenda?

Desde hace algún tiempo vengo observando que algunos de mis compañeros varones de sexo masculino parecen cambiados. Como si alguna radiación hubiera mutado sus genes o algún virus mortífero hubiera disuelto sus ya escasos sesos. Y creo saber de qué hablo. No hace mucho tiempo, caminaba un viernes por la noche cuando, de repente y de las tinieblas apareció un ser fantasmagórico, enjuto y casi jorobado que me espetó a bocajarro "¡Menudo aguante tienes que tener! ¡Ir con tres tías!". El susto del momento me impidió comprobar que su aseveración era cierta: caminaba con tres damas. Imagino que no pudo ver mi cara de pavor mientras se alejaba profiriendo toda serie de injurias contra mis compañeras del género femenino. Hombres-lobo y vampiros siempre han habido, y por extensión intuía que zombis también, pero hasta ese momento no me había topado con ninguno. En ese aspecto mi suerte había acabado.
Traté de superar el enorme susto como pude y seguí dedicándome a mis habituales investigaciones científicas, que tanto tiempo me ocupan. Pensaba que aquello no era si no un hecho aislado y que aquel engendro pronto terminaría en la mesa de disección de alguno de mis ilustres colegas científicos, pero estaba equivocado.

Al poco de aquel incidente y durante un concierto de música sacra, me vi abordado por otro espécimen que, de muy buenas maneras y, con actitud caballeresca me dijo "Señor, usted es ya una leyenda de esta ciudad por estar rodeado de estas tres bellas señoritas". Horrorizado comprobé que se repetía el patrón de comportamiento: un hombre del género masculino se sorprendía de, para él, tan extraña mezcla: un varón y tres damas. Traté como pude de recomponer mi rostro desencajado y, con una mueca que simulaba una sonrisa, procuré alejarme de ese ser con aspecto de señor ebrio pero que sin duda comenzaba a notar los efectos del virus que también aquejaba al primer espécimen. Comenzaba a desconfiar de que tal comportamiento fuera un simple hecho aislado y atisbé que quizá el virus se había extendido. O a lo peor el engendro del callejón había ido mordiendo y contagiando a cuantas buenas gentes pudo antes de caer consumido por el virus mortal.

Tenía ya la mosca detrás de la oreja tras estos dos incidentes tan cercanos y de temática tan similar. Mi cerebro de científico me decía que dos casos así en tan poco espacio de tiempo no podían ser una mera coincidencia. Mis peores temores se confirmaron pocas semanas después. Durante una velada en nuestro club, nuevamente fuimos interrumpidos por un caballero de aspecto ebrio. La cosa no hubiera tenido mayor importancia si dicho caballero no hubiera argumentado que yo le asemejaba a Baudelaire, el poeta del amor (sic) ya que, según él, departía rodeado de tres hermosas damas. En ese momento él y yo nos retirábamos el uno del otro a velocidad constante. Él, ayudado por un camarero que nos preguntaba si las palabras del, para él, ebrio caballero nos habían molestado. Yo, de motu propio movido esta vez ya por el pánico y el miedo de haber sido contagiado por el virus. Confieso que fui cobarde y corrí. Ni siquiera pude avisar al buen camarero y advertirle de que la más mínima cercanía con aquel engendro podía acabar contagiándolo de esa horrible y desconocida enfermedad que reblandece los sesos a los miembros del género masculino.

Desde entonces vivo recluido en mi laboratorio, tratando de averiguar qué extraña pandemia ha atacado tan violentamente a mis compañeros de género convirtiéndolos en zombis sin juicio. Por qué las mujeres del género femenino son inmunes a dicha dolencia y, sobre todo, por qué yo no he sido contagiado todavía pues intuyo que, por algún motivo, soy también inmune a este triste padecimiento.

A los varones sin contagiar yo les digo “¡Estad alerta! ¡Escondeos en vuestras casas y no salgáis de debajo de vuestras camas!”. Para las damas, “¡Tened fe! Algún día los varones volveremos a recuperar el seso y el entendimiento que, sin duda, un día tuvimos”. Y a los pobres engendros contagiados que, imagino, no saben leerme, decirles que no desesperen. Lucho cada día por encontrar el antídoto que los saque de su estado de podredumbre mental. Soy el doctor Rappael de la Ghetto. ¿Soy leyenda?

15 mayo 2007

La soledad es muy, pero que muy mala.

Sábado noche, un sábado y una noche cualquiera, nada especial, ningún evento social de importancia, sólo en perspectiva pasar una agradable noche con los amigos.

Un bar ya conocido, que siempre había sido un lugar tranquilo. Mesa para cuatro, risas y un café. Es inmensa nuestra capacidad para charlar horas y horas alrededor de una taza vacía.

De repente, una cabeza asoma por encima de mi hombro izquierdo, rozándome casi la oreja, y dice: "tás soltera?" Así, a bocajarro, sin previo aviso.

Descripción de la cabeza: pelo greñudo y negro, no demasiado limpio, cara de pan, con gafas creo que de pasta, tipo Filemón, grasa, o sudor, o algo brillante en la cara, no muy bien afeitada.

Descripción completa del elemento: tipo gañán, pero urbanita.

¿Qué respuesta esperaba recibir, “sí, estoy soltera y he estado esperándote toda mi vida”?

He de decir en honor a la verdad, que la pregunta, bien que inesperada, no puede decirse que fuera totalmente imprevista, puesto que ya desde que nos acercamos a pedir a la barra el elemento en cuestión nos estuvo observando e incluso haciendo alguna que otra apreciación acerca de nuestra capacidad para llegar a la mesa con los cafés intactos. Lo cual no quita para nuestra sorpresa y consiguiente cara de asombro.

Y es que la soledad es muy, pero que muy mala, y cada uno trata de hacerle frente a su manera.

07 marzo 2007

LAS TRES PES

Voy a dedicar unas líneas a las Tres Pes. Supongo que os estareis preguntando qué demonios son las Tres Pes. Paciencia (esta no es una de ellas,je,je), enseguida os desvelaré el misterio.

Las Tres Pes no son sino tres metas que debe alcanzar toda persona de bien que ha llegado a una cierta edad. Comencemos por esta última parte: edad requerida. Uno puede alcanzar los objetivos que suponen las Tres Pes antes de la edad requerida. Si lo hace será poco más o menos que un héroe, sobre todo si ha logrado alcanzar las tres. Alcanzar alguna de ellas no debería resultar del todo complicado, y es muy habitual que personas de menos edad hayan cumplido con alguna de estas exigencias. Pero es muy poco probable encontrar a alguien que antes de la edad requerida haya cumplido con todas ellas. En fin, a lo que estamos. ¿Eres un treintañero?, entonces, amig@ mío, se te exige cumplir con las Tres Pes, o al menos demostrar un interés vivo y real en alcanzar tus compromisos con la sociedad. Un treintañero “debe” cumplir sin falta con esos tres compromisos. Sin falta, sin quejas y sin demora.

Y después de tanto preámbulo, os desvelaré el secreto de las Tres Pes:

- Piso
- Pareja
- Puesto de trabajo, a ser posible fijo y bien remunerado, y de no poder ser ambas cosas, ya uno elige cuál de ambas le interesa más.

Bueno, pues ya está desvelado el misterio de las Tres Pes. Así que ojito con no cumplirlas, amig@s que estais en la treintena, porque el que no alcanza sus objetivos no sale bien en las fotos de familia. Vamos!! A ponerse las pilas, que aún veo que os queda bastante por hacer!!!!

06 marzo 2007

SITUACIONES ABSURDAS (TOMA DOS) LOS CINCO EN LONDRES

Las diez de la noche. Aterrizamos en Londres, capital de los Hijos de la Gran Bretaña. Nadie ha venido a nuestro encuentro. De todos modos, eso ya lo sabíamos. D. nos advirtió de que ella no podría ir a buscarnos, tenía clase. Así que allí estábamos como cinco panolis, con nada más que un número de teléfono garabateado en un papelucho, sin conocer la dirección de nuestra amiga. Y claro, nos dispusimos a hacer uso del papelucho. Primer problema: el número estaba apuntado para llamar desde España, ¿cómo se llama desde el mismo Londres? Eso significaba simplemente cuántos números había que quitar del principio para que nos quedara el número que necesitábamos. Con esta idea, nos pusimos manos a la obra, es decir, nos pusimos a preguntar a todo el que pasaba (con cara amistosa, cosa no muy fácil por aquellas tierras), y en nuestro inglés puramente mañico cómo se llamaba por teléfono en Londres. Las caras de los flemáticos ingleses e inglesas ante nuestra pregunta, a esas horas de la noche, no tenían desperdicio. Iban desde el estupor al cabreo, pasando por todos los estados de ánimo de quien ha sido molestado por una panda de hispanos estúpidos.

Finalmente, un bondadoso ciudadano nos dio la solución, y continuamos con nuestra tarea: localizar a D. Una tarea simple, a primera vista. Pero imposible de realizar en la práctica. Cada vez que marcábamos el número de teléfono una voz de chica al otro lado contestaba en inglés y colgaba acto seguido, sin escuchar una sola palabra nuestra. Probamos suerte los cinco, y los cinco obtuvimos el mismo resultado. Aquella parecía la voz de P., la amiga de D., así que el número debía ser el correcto, pero entonces, ¿por qué nos colgaba? Al final terminó por no descolgar, claro, así se ahorraba tener que colgar.

El mosqueo que podíamos haber pillado se transformó en una jarana increíble, literalmente nos estábamos tronchando de la risa, pensando en nuestra situación: estábamos en Londres, una ciudad pequeñaja y que se recorre en cinco minutos, nuestra amiga estaba en alguna casa de esa ciudad, y no teníamos la más remota idea de cómo llegar hasta ella.

Al final se impuso la lógica: a alguien le sonaba la estación de metro más cercana a donde supuestamente vivía D., y allá que nos fuimos alegremente. Al llegar a la salida, casi en la calle, nuestros amigos (compañeros de viaje, más bien, porque no nos conocíamos demasiado), se lanzaron hacia una chica morena como si de ella dependiera la salvación del mundo. M.. Yo pensé que la enviaba D., y no le dí mayor importancia, pero aquello era para dársela, y mucha: ella simplemente pasaba por allí. ¡Increíble! Habíamos encontrado en una ciudad tan pequeñita como esa a la persona que nos podía decir dónde estaba la casa de D., incluso nos llevó ella misma. Para que luego digan que los milagros no existen.

Fin de la primera parte, habíamos llegado a nuestro destino.

Ahora era el turno de la segunda parte, la absurda cena.

Una idea aproximada de la situación: cinco personas llegan a las once y media de la noche a una casa de Londres en la que conviven, mal que bien, dos españolas, un galés y un mexicano. ( Esto se parece al comienzo de un chiste...)

El galés directamente dice que a él le importa una mierda dónde pasen la noche esas cinco personas, el mexicano ni aparece, y las españolas se dedican a hablar medio en inglés medio en español, que si aquí no cabeis todos, que si habrá que buscar algo... podría haber sido una situación de lo más bochornosa, de no ser por el hambre que traíamos.

Llevábamos un montón de horas sin comer nada, y nos importaba poco dónde nos ubicaran estos extraños huéspedes, así que nos afincamos con toda tranquilidad en la mesa de la cocina, sacamos nuestras escasas provisiones, y nos pusimos a comer voraces, ante las atónitas miradas de los inquilinos, que se quedaron de pie.

Tuvo que llegar un amigo español, rapero, estrafalario y amable, para que nos buscara acomodo. Las chicas estaba decidido que nos quedaríamos en la casa, y los chicos... para ellos comenzó la odisea de la conquista del catre. Se marcharon con este simpático rapero a eso de las doce de la noche, que equivale a decir las tres de la madrugada en España, y al día siguiente nos contaron su aventura.

Como por aquel entonces no éramos los potentados que somos ahora, ni teníamos estas haciendas y estos posibles (¿) los pobres chicos buscaron lo más barato que hubiera en la ciudad, y esto, ya se sabe, tiene sus riesgos. Llegaron a un lugar que era en el piso bajo un pub de mala muerte, y subiendo unas escaleras, una enorme habitación comunitaria, con montones de camastros a ambos lados. Había gente durmiendo, pero eso no impidió que el dueño de aquel extraño híbrido encendiera la luz y empezara a comprobar en cuál de aquellos camastros no había bulto. 5 libras, ese era el precio de la noche en ese palacio. Claro, por ese precio, no se podía pedir una habitación en el Ritz.

Los amigos estaban acostumbrados a viajar y a ver cosas raras, pero aquello les superó. Dijeron que no como pudieron, y se fueron como alma que lleva el diablo. Más tarde supimos que a sitios como ese van personas con muy muy pocos posibles, casi todos ellos gente que acaba se salir de prisión.

Al final encontraron acomodo en una especie de residencia, no precisamente de estudiantes, que hoy ya no existe, muy barata, lo que da una idea de la exquisitez de las habitaciones, poblada por seres de lo más peculiar, pero al menos, no tan aterradora como el pub-exprisioneros-camp.

Y este fue el comienzo de uno de los viajes más divertidos de mi vida, que dio pie a otras situaciones igualmente absurdas, que quizá cuente en otra ocasión. FIN

10 enero 2007

LA DICTADURA DE LA DIVERSIÓN III. LAS FIESTAS DEL DICTADOR

Al igual que el de Jesucristo, el reino de los dictadores de la diversión no es de este mundo. Su reino es la noche. Para ser más exactos, el sábado por la noche.

Las dictadoras de la diversión únicamente pueden sentirse bien en ese espacio de tiempo. Tan vacía, triste y sin sentido resulta su vida. Cual Cenicienta del Todo a Cien, su reino se desvanece los domingos por la mañana. Pero he aquí que en su genialidad las dictadoras encuentran la manera de rellenar convincentemente los 6 días y 18 horas restantes. Se trata de convertir esos días y horas en antesala del siguiente sábado. ¿Cómo? se preguntarán la mayoría de los mortales. Muy sencillo: comenzando a planificar la siguiente noche del sábado desde el mismo domingo. Ello conlleva una segunda ventaja: no se deja margen de maniobra a la Resistencia. Lo que la junta dictatorial decide el domingo (y a veces el mismo sábado por la noche) se comunica a los cortesanos el lunes por la mañana bien temprano, a modo de edicto real y vía e-mail. Sutil, pero firmemente, se anuncia. Ni se consulta ni se negocia, se impone: “Para este sábado hemos pensado hacer una cena sólo para chicas. Fulanita, Menganita y Zutanita ya se han apuntado”. Lo que quiere decir, de forma poco velada, que si no mueres al palo del plan propuesto por la junta dictatorial, tienes muchos números para quedarte sin plan ese día (y eso, en la mente de un dictador de la diversión, es un desastre absoluto y demoledor).

Así, transcurre la semana esperando que llegue el sábado. Y cuando ese día llega, todo ha de salir a pedir de boca o los pobres cortesanos sufrirán las iras del dictador. Esa noche, los cortesanos han de divertirse con su señor. Es su obligación.

En sus dominios, el dictador disfruta moviéndose entre ingentes cantidades de cortesanos y aduladores. Gustará de tener 2, 3 o más grupitos de satélites girando a su alrededor y siendo el único nexo de unión entre ellos. Eso le hace sentirse más importante, desde luego mucho más que los pobres cortesanos sin consorte o que esos aburridos repudiados que no saben divertirse. El dictador saltará de uno a otro grupo fingiendo que reparte su atención por igual entre todos ellos. En un alarde de consideración hacia sus súbditos y cortesanas quizás tratará de que todos se presenten. Esto motivará la típica situación “Recepción del Embajador”: un desfile de besos, apretones de manos y nombres por doquier para acabar reconociendo que, tras diez minutos de presentaciones, no hemos sido capaces de recordar más que dos nombres y ni siquiera podemos ponerles cara.

El garito es su reino y allí, el dictador adquiere todo su poder. Ha trabajado toda la semana para llegar al momento y el lugar en que su vida adquiere sentido: sábado por la noche en un garito de copas y rodeado de gente. Es el momento de diversión supremo que justifica con creces la dictadura de la diversión.

27 diciembre 2006

EL MONÓLOGO DE SUSANA J.

Raúl Cimas "improvisa" este monólogo sobre nuestra amiga Susana. Y, aunque sabemos que no es cierto, casi casi parece que de verdad la conozca. El sitio web del enlace podría pedirte tu fecha de nacimiento. No te asustes, es para asegurarse de que puedes beber su producto.

23 noviembre 2006

LA DICTADURA DE LA DIVERSIÓN II: LAS NUPCIAS DEL DICTADOR

Por supuesto, una de las aspiraciones de los nuevos dictadores será contraer nupcias. Ello es normal, ¡se aburrían tanto! Pero antes será necesario sumergirse en el mundo de los candidatos. En esta fase, los cortesanos juegan un papel primordial: efectuarán labores de "diplomático", de intermediario entre el aspirante a consorte y su señor. Si al cortesano se le llegara a ocurrir que él/ella también puede verse beneficiado/a por ese trasiego de aspirantes, no hay duda de que pronto caerá en la cuenta de su error. Y no porque el dictador se lo diga de forma explícita, no. Eso sería rebajarse. El cortesano pronto se apercibe de que el dictador no tiene esa condición porque sí. El dictador es tal porque es más guapo, más gracioso y, sobre todo, sabe divertirse mejor que nadie. Con esos antecedentes, ¿cómo espera el cortesano competir con su señor? Pero el dictador es magnánimo y, como Dios, aprieta pero no ahoga. Después de que el dictador haya seleccionado a su consorte de entre lo mejor y más granado de la realeza aspirante (o lo primero que pase, que tanto da), el gran señor feudal permitirá que sus cortesanos se abalancen sobre lo que ellos no han querido. O mejor aún: el soberano, magnánimo y conocedor de las necesidades de sus súbditos (que no son otras que las de él/ella mismo/a), hará todo lo posible y moverá toda su influencia para que los amigos de su nuevo consorte emparenten cuanto antes con sus mejores y más fieles cortesanos.

El dictador es el señor absoluto y los consortes y sus amigos se convierten en la nueva nobleza. Se ha formado una nueva aristocracia que sustituirá al viejo y decadente gobierno de la mayoría. Con mano de hierro se dictan nuevas leyes. Algunas son dolorosas pues atentan contra las libertades más básicas:
"Mi consorte y sus amigos son vuestros nuevos señores. Debéis hacer que os caigan bien, y a vosotros deberán caeros bien. Debéis ser sus amigos, darles conversación y reírles las gracias".
Si a los oídos del dictador llegara la noticia de que alguno de sus cortesanos no ha intimado de forma sincera y total con su consorte, las consecuencias podrían ser terribles. Pedirá explicaciones, se enfadará, amenazará, culpará a los demás de sus desgracias. "¿Cómo osas contradecirme", "¿Cómo te atreves a desobedecer mis órdenes? Y tú, ¿cómo osas rechazar los despojos que te ofrezco? ¿Echas de menos a los exiliados? No volverán. Y si lo hicieran, ¿los mirarías siquiera sabiendo que su presencia me incomoda?"

Pero hasta la farsa más grotesca tiene su final. Hay consortes que no aceptan su condición. En un momento de recobrada dignidad pueden incluso llegar a reclamar el afecto del tirano. ¿Cómo es posible? ¿Acaso el pobre desgraciado no sabe que el dictador tiene necesidad de un consorte pero no de ese consorte en concreto? Ah, no, no lo sabía. Él pensaba... Bueno, lo que él pensara ya no tiene importancia. Así, el infeliz consorte no sabe que ha firmado su sentencia de muerte... la suya y la de todos sus allegados. En un cruento golpe de mano, el dictador consorte y su séquito han perdido todos sus privilegios y son desfenestrados. En vano tratan de mover los pocos hilos que les quedan: suplican, imploran, al tirano, a sus cortesanos, a sus súbditos... a exiliados. Todo es en vano. Nadie en ese triste reino moverá un sólo dedo por ellos. Si el dictador no ha derramado una lágrima por ellos, ¿acaso la derramarán los demás?

¡Pero en la dictadura de la diversión está prohibida la tristeza! y, "a rey muerto, rey puesto" parece decirse el dictador. El luto por el magnicidio apenas dura unos días y de nuevo comienza el baile macabro de aspirantes al trono consorte, con todo lo que ello conlleva: cortesanos al ataque, súbditos que estorban, entrada de nuevos reemplazos. De este modo se completará un nuevo ciclo. El dictador saldrá de nuevo a la caza del consorte y todos serán felices porque él/ella es feliz. Y eso es lo único que importa.

LA DICTADURA DE LA DIVERSIÓN

Dejad que os cuente una historia.

En todos los grupos de amigos hay alguien que se cree el alma de la fiesta. Alguien que piensa que si él/ella no estuviera, los demás se aburrirían como ostras. Él/ella/ellos es el motivo por el que los demás viven. Todo esto resulta molesto pero no trasciende a mayores si esta persona no da un "coup d'etat". Si, por omisión de los demás y con la connivencia de unos pocos, esta persona toma el mando, los demás se pueden dar por jodidos. Se acabó la tranquilidad en el frente. Casi siempre la toma del poder se reviste del carácter de los "salvapatrias": "todo iba muy mal", "no sabemos divertirnos", "el aburrimiento se había apoderado de este nuestro grupo", lo que quiere decir que él/ella estaba mal, que se aburría y que no sentía que ese fuera su grupo, sencillamente porque no se hacía lo que él/ella quería. La justificación es muy sencilla. También Franco se sublevó para "salvar la República".

La nueva situación implica introducir cambios, o sea introducir gente. "Hay que renovar todo esto, que estaba muy muerto", argumenta el nuevo dictador. Incluso habrá algún veterano que opine "Muy buena idea. Seguro que estos cambios nos reportan amplios beneficios". La entrada de reemplazos (en otra ocasión hablaré de ellos) no trata de beneficiar al grupo, sólo al dictador. Los reemplazos ya no entran en una democracia. Entran en un sistema dominado por una persona, así que no hay miedo a que se llamen a engaño: "aquí mando yo". Lo que se obtiene dando paso a una ingente masa de reemplazos es desunir y descohesionar al grupo. Cuanta más gente nueva haya, menos peso tendrán los veteranos dentro del grupo.

Lo peor, y más doloroso, es cuando la junta dictatorial decide que hay veteranos que sobran en el grupo. Eso si no hay ya unos cuantos que, hastiados del "despotismo ilustrado" de la minoría, se han marchado ya al exilio. A los repudiados se les hace sentir que su presencia ya no es bien recibida. A las voces críticas se las acalla: "¿Es que quieres acabar solo/a como estos pobres diablos?" o "Estos que se han ido lo han hecho porque son unos muermos. No saben divertirse". Así, un día miras a tu alrededor y descubres que algunos de tus camaradas ya no están. Nadie sabe cómo ni cuándo se fueron, pero ya no están aquí. La dictadura de la diversión lo justifica todo.
Durante este periodo, el papel de los veteranos que se han quedado se rebaja hasta límites vergonzantes: han pasado a ser meros cortesanos, pues es bien sabido que los dictadores necesitan de una larga caterva de aduladores que les hagan sentir que son grandes e importantes.

Si los repudiados así lo quieren, podrán volver al grupo, pero reconociendo que han sido malos, que no saben divertirse, que han estado a punto de arruinar a este nuestro grupo y que si se les permite volver es sólo por la graciosa benevolencia de la junta dictatorial